18 de septiembre de 2015

La mezquindad y el empecinamiento del orgullo




Bien entendido, es el orgullo una potente arma de desarrollo y mejora personal. Es muy necesario el amor propio a la hora de acometer cualquier empresa humana para no vernos abocados a la rendición en cuanto arrostremos las primeras adversidades.

Sin embargo, con frecuencia el orgullo se torna un microbio mezquino, se adueña del puente de mando de nuestra voluntad y anula otros valores, tal vez de menos prestigio y sin duda en desuso en nuestros días: nobleza o humildad, por ejemplo.

Viene todo esto a cuento de un divertidísimo intercambio que mantuvimos con un periodista que incurrió en un error de concordancia relativo a un concepto cuyo conocimiento y dominio se le supone a cualquier candidato a graduarse en ESO: a un sustantivo plural le corresponde un pronombre también en plural. Básico y simple, ¿no? Pues para algunos, al parecer, no lo es tanto, porque una vez que se le señaló su error, el periodista se descolgó con respuestas primero desinformadas y después surrealistas.

Le ofrecimos una y otra vez, con la mayor cordialidad de la que somos capaces, la posibilidad de reconocer su error y estamos completamente seguros de que el periodista cayó de la burra bastante pronto, pero el orgullo mezquino y empecinado del que hablábamos al principio le impidió a este buen hombre reconocer en público y por escrito su pifia. Una lástima. Lo admirábamos por sus artículos y escritos, interesantísimos y bien trabajados, y seguíamos su cuenta en Twitter. Por supuesto dejamos de seguirlo al instante, a pesar de la cordialidad ya mencionada de todo el intercambio: no merece nuestra atención.

Es tan cierto que todos quedamos retratados con nuestras actitudes y palabras como que quod natura non dat, Salmantica non præstat... Y College Station, Texas, tampoco.



Comete a continuación el periodista un error muy grueso al suponer que como «[cosa]» es singular, «le» también debe ser singular:


No se da cuenta el periodista de que estamos ante un caso muy común en español de uso pleonástico del pronombre personal átono, también conocido como redundancia pronominal:


Sigue pensándoselo. No lo ve claro. Nosotros le abrimos la puerta. Su reacción es quitarle importancia al error —que, por supuesto, no tiene—, pero su orgullo le impide admitir su error:


Despedida y cierre. Seguimos a la espera de que el periodista reconozca abierta y claramente su error:



Así está el patio... ortográfico.